Tengo vivo en la memoria el momento en que conocí a Juan Carlos Montenegro. Fue el 26 de julio de 2018. Me recibió en su oficina, en el piso 18 de un edificio ubicado en pleno centro de la ciudad de la Paz. Estuve nervioso por conocerlo. Mi investigación sobre el litio acababa de empezar y me encontraba en Bolivia para realizar mi trabajo de campo preliminar. Había presentado una solicitud formal a la empresa estatal Yacimientos de Litio Bolivianos (YLB) para visitar sus instalaciones en el salar de Uyuni, sin obtener respuesta. Ya había renunciado a la visita, pero un amigo que mejor conocía la burocracia boliviana me dijo que simplemente me presentara personalmente en las oficinas del YLB para solicitar una reunión con el director. Respondí con una sonrisa incrédula, pero seguí su consejo en mi último día en La Paz, sin saber qué, ni a quién, esperar, ni cómo prepararme.

Mi nerviosismo desapareció en cuanto entré en la oficina del director. Sentado ante una gran y pesada mesa de madera, tras la que casi desaparecía Juan Carlos, me recibió con una sonrisa. Me felicitó por mi español y yo le felicité por su alemán. Había leído mi solicitud, incluyendo la descripción de mi trabajo de investigación, que en aquel momento me costaba definir. Sin embargo, él parecía satisfecho y eso era lo único que importaba: “No hay problema”. Para concertar mi visita, llamó al jefe de operaciones a su despacho. Y mientras lo esperábamos, sentados durante más de una hora, me contó de sí mismo y del proyecto del litio en Bolivia.

Así es como conocí a Juan Carlos; a través del litio. Cada vez que volvimos a vernos a lo largo de los años siguientes, éste fue el contexto. Cada vez, era este elemento común el que nos unía. Juan Carlos tuvo que dejar su puesto como director de YLB a finales de 2019, tras el violento cambio de gobierno. Aun así, seguía muy implicado en la cuestión del litio y nuestros caminos siguieron cruzándose. A lo largo de los años, acabé aprendiendo bastante sobre él y su vida, antes y fuera del litio. Sin embargo, nuestra relación siempre giró en torno al litio. Eso nunca me molestó y creo que a él tampoco le molestaba hablar con otra persona más sobre este tema. Parecía estar presente en estos encuentros, con la mente, el corazón y el alma. El litio le importaba de verdad.

Cuando el litio importa

Ahora, quizá tenga que explicar lo que significa eso de que “el litio importa”, al menos para quienes no conozcan el contexto. Desde aproximadamente 1980, se sabe que los salares de la zona fronteriza entre Argentina, Bolivia y Chile contienen grandes cantidades de litio. Incluso entonces, este conocimiento se enmarcaba en el contexto de una transición energética. El término se refería al llamado pico del petróleo y no al cambio climático, pero para la gente del lugar no había mucha diferencia. Significaba que una época de bonanza económica estaba por venir.

Como sabrán, América Latina tiene una larga y violenta –pero también heroica– historia de auges de recursos naturales que han dejado sus huellas en toda la región. Esto significa que, hoy en día, la extracción de recursos es una cuestión de extraordinaria importancia social y política, e incluso una cuestión de identidad. Desde el momento en que se supo de la existencia de litio en los salares, se leyó el mineral a través de esa historia y, por tanto, se convirtió en un asunto político. En los años siguientes, diferentes problemas técnicos, políticos y sociales impidieron que se instalara una industria de litio en los salares Bolivianos. Por lo tanto, el litio ha existido sobre todo en las expectativas de la gente, definidas en contraste con el pasado. Ha sido la promesa de que esta vez las cosas serán diferentes.

Propuesto por movimientos sociales y desarrollado por un gobierno revolucionario, el proyecto impulsado por el gobierno de Evo Morales encarnó esa promesa, más que ningún otro. Pretendía construir una industria soberana, propiamente boliviana, en beneficio de la población boliviana y no de las empresas transnacionales. Para Juan Carlos, era una oportunidad de utilizar sus conocimientos técnicos (en metalurgia y ciencia de los materiales) y su cargo de profesor universitario para la causa (pluri)nacional. Le entusiasmaba la idea de formar parte de un esfuerzo por superar el extractivismo, entendido éste como el conjunto de acuerdos e ideologías económicas y políticas que obligan a países como Bolivia a exportar sus riquezas naturales como materias primas baratas. Juan Carlos era una persona de mentalidad técnica, sin duda, pero con convicción política.

En la foto, Juan Carlos Montenegro conduce con orgullo un vehículo eléctrico (ver también “La alegría eléctrica de Evo“) construido para probar las baterías fabricadas en el centro de investigación de YLB de La Palca, Potosí. Superar el extractivismo, mediante la producción de baterías e incluso automóviles, ha sido el último objetivo del proyecto de industrialización del litio en Bolivia. La foto fue tomada por el autor en septiembre de 2019 tras ser invitado por el generoso director a visitar las instalaciones de YLB.


Juan Carlos no fue el único que se interesó y comprometió con el litio por su potencial para el cambio social. Recuerdo otra conversación, en la que me explicó por qué había sido tan difícil encontrar suficiente personal cualificado para la empresa estatal: “Se necesita tanto habilidad técnica como compromiso ideológico, y esa combinación es difícil de conseguir”. La empresa, me explicó, no podía igualar las condiciones de trabajo de la industria privada, en cuanto a salario, seguridad o comodidad. Esto significaba que trabajar para el proyecto boliviano del litio implicaba un cierto sacrificio, que sólo la gente a la que le importaba estaba dispuesta a hacer.

Una comunidad extraña

Más allá de Bolivia, el litio ha reunido a toda una serie de personas de todo el mundo, que han llegado a interesarse por él y por su promesa de ser diferente. Hace tiempo que me pregunto por esta extraña comunidad, de la que formo parte. Entre nosotros se encuentran científicos que escriben sobre enredos globales y consecuencias locales, o que ensamblan materiales e infraestructuras para industrias nacionales. No hay un espacio ni un tiempo unificados ni uniformes en los que nos reunamos, y aun así las conversaciones continúan. Nuestras relaciones se han formado en proyectos y eventos, entre otras formas de encuentro. La gente tiene opiniones muy diferentes sobre “qué hacer con el litio”, y aún nos importa a todes cuando ocurre algo relacionado con él. De hecho, podríamos decir que tenemos muy poco en común, salvo el litio, pero ese elemento común parece contar para algo.

Así que no me sentí solo en mi confusión y dolor, cuando me enteré de la muerte de Juan Carlos. En cualquier caso, su fallecimiento hubiera significado algo para aquelles (muches) de nosotres que habíamos tenido la oportunidad de conocerlo en persona. Sin embargo, acabó adquiriendo un significado aún mayor, ya que el día de su muerte Juan Carlos escribió una carta abierta. Era una reacción a las acusaciones judiciales (a grandes rasgos, por corrupción) que el Gobierno había formulado contra él y otras personas. En lenguaje técnico, en la carta, Juan Carlos explica que estas acusaciones servían de hecho para ocultar que el gobierno había fracasado rotundamente en el avance del proyecto del litio. En lugar de admitir el fracaso, ahora buscaban culpables fuera de sus filas, sacrificando a quienes habían construido las bases del proyecto. No podía aceptar ser humillado en público por un sistema judicial corrupto.

Su carta terminaba: “Pido perdón a mis seres queridos por el dolor que seguramente les provocará esta mi decisión, pero lo hago también por ellos”.

Todos nos dimos cuenta: Juan Carlos había dado su vida por el litio.

¿El último sacrificio?

Se ha debatido, tanto en privado como en público, sobre las circunstancias de la muerte de Juan Carlos. ¿Se suicidó o murió de un ataque cardíaco? ¿Qué significaba realmente su carta? ¿Era auténtica? No creo que esas cuestiones –de la verdad– sean realmente lo que importa. En cualquier caso, esta es una historia que también cuenta del sacrificio, si nos abrimos a lo que el término puede significar.

Recordemos que en su sentido original, el “sacrificio” se refiere a las ofrendas rituales, es decir a algo que se da a los dioses. De una forma u otra, esta práctica se encuentra en todas las sociedades, incluyendo las laicas. Estudiando este fenómeno, en la antropología se han desarrollado formas bastante diferentes de entenderlo. Para mi propósito aquí, me parece más útil leerlo en la línea del trabajo de Marcel Mauss sobre el intercambio de regalos (o dones). Mauss entendía que un don no sólo crea un vínculo entre quien lo da (personas) y quien lo recibe (dioses), sino que también impone un ciclo de obligaciones que mantiene los lazos sociales y refuerza la conciencia colectiva de una comunidad. Es decir, los efectos más importantes de un regalo se sitúan más allá del intercambio “bilateral”.

Es en este sentido relacional en el que me gustaría leer la muerte de Juan Carlos. Una posibilidad de hacerlo sería destacar a la nación como la “diosa moderna” por la que tantas personas han hecho el último sacrificio. Sin duda, para Juan Carlos y muches otres que trabajaban con él, el litio era un proyecto nacional en el que creían y por el que estaban dispuestos a dar. Pero puede ser peligroso mirar hacia arriba durante demasiado tiempo, con los ojos fijos en los dioses. Demasiadas cosas parecen justificarse en nombre de la gran causa. Por eso quiero ofrecer una segunda posibilidad, que sería mirar hacia abajo, hacia el suelo que pisamos y las comunidades en las que vivimos. Antes de morir, Juan Carlos dio tanto a esa extraña comunidad, reunida alrededor del litio como elemento común. ¿Quizás podamos recordarlo reviviendo algunas de las historias sobre su generosidad?


Recuerdo la confusión que sentí tras mi primer encuentro con Juan Carlos aquel día en La Paz. ¿Por qué me había recibido con los brazos abiertos? ¿Por qué destinaba los limitados recursos de la empresa a que sus empleados me mostraran las instalaciones y pasaran su tiempo hablando conmigo? Era una buena persona, sin duda. Pero, ¿era esa razón suficiente para hacerme semejante regalo? Sólo más tarde comprendí cuál debe haber sido parte de su razonamiento. Para Juan Carlos, el litio era un asunto intrínsecamente político y, como tal, se basaba en alianzas. El proyecto era ambicioso y muches dudaban de que llegara a ser algo más que un sueño. Creo que mostrar lo que habían construido en el salar a alguien como yo formaba parte de sus esfuerzos por hacer este sueño un poco más real.

En la comunidad de Puerto Chuvica, la gente ha construido un terraplén al Salar de Uyuni porque los márgenes del salar pueden ser peligrosos cuando llegan las lluvias. Pisando en el suelo firme de la carretera, se pueden ver estas cruces desde lejos, recordando a algunes que han dejado la vida en el salar. Juan Carlos y sus colegas solían pasar por esta carretera para construir su sueño de litio. Me pregunto qué se les pasó por la cabeza cuando las vieron.


Si también tienes una historia que compartir sobre la generosidad de Juan Carlos, ¡hazlo en los comentarios de abajo!

Antropólogo, cada vez más entusiasmado por el litio y sus conexiones al rededor del mundo. ¿Hasta dónde nos lleva y qué sucede cuando lo seguimos?

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