Río Grande es un pequeño pueblo lleno de camiones. Bordeando casi todas las calles, se estiran sobre los recién llegados. En su presencia imponente se puede tener una idea sobre los profundos entrelazamientos que acoplan Río Grande a varios proyectos industriales. Están presentes algunas otras pistas: la vía férrea a un costado del pueblo, las traviesas cubiertas con vegetación, los rieles deslustrados por décadas de uso; el “Hostal Lithium” en el medio de la población; y que el edificio más nuevo y grande pertenece a una de las cooperativas locales. 

La primera vez que fui a Río Grande solo estaba de paso. Pasé una noche en el “Hostal Lithium” para poder visitar la planta de extracción y procesamiento de litio, Llipi, temprano al día siguiente. Pero pronto me interesaría más para el pueblo en sí también. El hecho de que casi todos en un lugar tan pequeño y lejano pareciera poseer una Volqueta, un camión de tamaño medio útil para el traslado de materia en las obras industriales, me intrigó. En cierto sentido la mera fisicidad de aquellos imponentes vehículos me obligaba a preguntarme cómo habían llegado hasta allí. Este post, que es el primero de una de serie de entradas sobre el pequeño pueblo al borde del Salar de Uyuni, surge de esta curiosidad. Se nutre de las conversaciones y entrevistas que he tenido con los habitantes de Río Grande y quiere trazar un retrato del pueblo y de su historia. 

Río Grande nació de un asentamiento para los trabajadores que consturían la línea de ferrocarril entre Antofagasta y Uyuni, iniciada en 1884 y terminada en 1889. Conectaba varias minas bolivianas con el puerto de Antofagasta, hecho que permitió a los antiguos trabajadores del ferrocarril empezar a abastecer a las minas con suministros. En el caso de Río Grande esto fueron los combustibles:

“Entonces ahí mi abuelo de hecho seguramente ha tenido contactos con la minas, entonces aquí ha hecho un contrato para acumular leña, entonces venía, entonces les ha avisado pues a la gente que venía aquí. Tola, cortando, hacían fardo, traían así con llamitas traían en sus llamas y aquí acumulaban y aquí cargaban con carros planos del tren así, mientras cargaban alto y ahí se lo llevan a las minas, entonces haciendo ese trabajo dicen que ya ha empezado mi abuelo entonces el trabajito, entonces por qué no queríamos esto, nos concentraremos en Río Grande, aquí en la cuadrilla 7.”

Vicuñas paradas en la vía férrea a un costado de Río Grande, en ambos lados están creciendo distintos tipos de Tola. Fotografía tomada por el autor.

Tola es la palabra quechua que significa leña, refiriéndose sobre todo a los arbustos andinos que pueden utilizarse como combustible. Los visitantes del altiplano andino estarán acostumbrados a los vastos paisajes cubiertos de arbustos bajos y punzantes, algunos más verdes y otros más amarillos.A pesar de su aparente aridez para el ojo inexperto, la tola andina tiene un amplio rango de usos, que van desde la protección contra los vientos y la erosión del suelo, el pastoreo de camélidos como las llamas, las alpacas o las esbeltas vicuñas que llegan a Río Grande a reproducirse cada año por miles, hasta usos medicinales.  La variedad utilizada para la exportación de combustible por los primeros habitantes de Río Grande se parece más a un musgo y tiene una densidad mucho mayor que algunas de las tolas arbustivas. En la minería, la tola se utilizaba como combustible, materia que se convierte en energía.

Cuando la fiebre de la Tola terminó, los habitantes de Río Grande pronto encontraron otra ocupación, de nuevo relacionada con la minería industrial. El suelo que rodea el asentamiento es rico en varios minerales, uno de los cuales es el calcio. El calcio tiene diferentes aplicaciones en las operaciones mineras, utilizándose en la construcción de caminos de acarreo, ya que absorbe la humedad del aire; o en la producción de acero.

“Allá al rincón, en eso acabamos unos trescientos cincuenta quintales en cada horneada, horneada le decimos ¿no? Entonces ese cal mandábamos también en bodegas, en tren y ese trabajo lo hacíamos, digamos, durante… bueno, era un trabajo así rústico, no hay ninguna mecanización, cortábamos leña, chancábamos la piedra, cargábamos a lomito, atizábamos dos noches y dos días ¡qué tremenda calor! Esa parte dura. Después acabábamos y mandábamos a las minas del sur, ingenios, Atojcha, Comibol, Comibol era, concentraba todas las minas, eso es la empresa del Estado boliviano.” 

Los hornos utilizados para hornear la cal se encuentran a un costado de Río Grande. Fotografía tomada por el autor.

Hoy en día, los antiguos hornos utilizados para el arduo proceso aquí descrito siguen siendo visibles en las afueras de la ciudad. Aunque su uso ya es cosa del pasado, han permanecido en pie durante varias décadas.

Río Grande nace entonces en la encrucijada del desarrollo industrial y la ecología local. La construcción del ferrocarril destinado a transportar minerales desde las minas del Altiplano hasta el puerto de Antofagasta determinó su ubicación y trajo a algunos de los primeros habitantes. La necesidad de combustible de las minas proporcionó los primeros medios de subsistencia del asentamiento, y muestra cómo incluso en un entorno aparentemente hostil la ecología puede proporcionar formas inesperadas de supervivencia.

Esta historia también evoca el Trueque, un sistema de intercambio a larga distancia con el que los habitantes de la región del Salar sustentaban históricamente su régimen alimenticio. Los panes de sal se llevaban a las regiones del valle en caravanas de llamas para intercambiarlos por todo tipo de productos agrícolas y frutas.

La historia de Río Grande no puede contarse por separado de los materiales que conformaron su decrecimiento y expansión a lo largo de las décadas, según fueran más o menos requeridos por la industria minera. En la actualidad, la tola que se encuentra en los alrededores del pueblo es utilizada casi exclusivamente como alimento por las vicuñas que recorren la zona en gran número. Los antiguos hornos de calcio han pasado a formar parte del paisaje, integrándose perfectamente en él. En el próximo post de esta serie se contará la historia de cómo otro mineral dio forma a la pequeña ciudad industrial al borde del Salar.

Antropólogo, doctorando, le fascinan las prácticas del trabajo industrial y demandas de soberanía, local cómo nacional, relacionados a la extracción de litio.