Despuntaba el alba cuando abandonamos Salta. Son solamente algo más de 300 km los que nos separan del salar de Olaroz, en Jujuy, pero la distancia con la ciudad se nos antoja enorme. El camino zigzagueante hacia el Altiplano está lleno de cardones, de vicuñas, de matices y tonalidades cambiantes, de historias de pobladores y de diferentes formas de reflexionar sobre el litio. Hoy queremos compartirles algunas de ellas.

Salinas Grandes

Salinas Grandes, como en la cima de una montaña, asoma de repente, cegadora tras una curva. Aún no son ni las 9 am, pero como cada mañana de diciembre, a 3450 msnm, el sol y el viento ya se hacen notar. Como un mar de sal, la cuenca de Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc se extiende sobre las provincias de Salta y Jujuy. Alrededor del salar habitan más de 30 comunidades indígenas pertenecientes a la comunidad Kolla. La carretera nacional 52 atraviesa las salinas continuando hacia Olaroz. A mitad de camino, hay un parador turístico. Allí, algunas comunidades se agruparon y crearon un emprendimiento turístico a través del cual muestran a quienes van llegando los ojos de agua del salar (agujeros que se abren en la capa salina y permiten ver el interior del salar) y una cooperativa salitrera, Mineros de Salinas Grandes. Muestran su forma de vivir pues, durante generaciones, las comunidades de Salinas Grandes han trabajado la sal. 

Encontramos a tres mujeres que en ese momento manejaban los tours al salar, se organizan en turnos rotativos de manera que los ingresos derivados del turismo se repartan equitativamente entre todas las comunidades. Mirando hacia el salar, un cartel artesanal nos lo deja claro antes de que ellas nos lo digan con orgullo: “corrimos a las empresas de litio”. 

Consecuencia de los conflictos con proyectos extractivistas, en 2010 se conforma la Mesa de las 33 Comunidades de las Salinas Grandes y Laguna de Guayatayoc, seguida de movilizaciones y cortes de ruta a modo de denuncia de las actividades ilegales de prospección minera. Las comunidades permanecen en estado de asamblea permanente y exigen la declaración de la zona como “patrimonio natural, cultural y ancestral de los pueblos originarios, zona libre de megaminería, de minería de litio, y de cualquier otro proyecto extractivo que dañe a la Pachamama y atente contra las formas de vida de las comunidades”.

A pocos metros del centro de recepción comunitario, Manuel (nombre ficticio) atiende su puesto de artesanías hechas con sal. Él es miembro de la comunidad Santuario de Tres Pozos, nos cuenta cómo se vienen organizando desde 2011 y que cada principio de mes, tienen una Mesa Chica en Jujuy a la que van representantes de las comunidades para discutir temáticas territoriales específicamente vinculadas al litio. No podemos ver su cara porque está completamente tapada, con gafas de sol oscuras y tela protectora. Porque en esta, una de las regiones más áridas de la Tierra, el viento y la sal queman la piel y ciegan los ojos. Pero es la misma tierra con la que conviven y a la que aman y respetan. Por eso es sobrecogedor escucharlo contar, pausado y paciente, el por qué de su oposición a la minería de litio. Su preocupación es el agua, su miedo más grande es cómo va a afectar al ambiente la minería; la gente de Susques, cerca de proyectos ya en producción, le cuenta que tienen animales “parados” porque hay menos agua.

Susques

Luego de atravesar el “salar grande” (como se conoce a Salinas Grandes en la zona) seguimos camino a Susques, una localidad de casi 1700 habitantes, ubicada a unos 3.675 msnm, en la confluencia de los ríos Pastos Chicos y Susques. En sus inmediaciones se extiende el territorio comunitario de la Comunidad Aborigen Pórtico de los Andes, perteneciente a la comunidad Atacameña, que desde 2007 posee los derechos legales sobre la tierra en régimen de propiedad comunitaria. 

Llegamos alrededor del mediodía y el pueblo estaba muy activo: gente entrando y saliendo de la municipalidad, obras municipales en plena actividad y la central eléctrica funcionando con un zumbido ensordecedor constante a modo de banda sonora de las calles de este pueblo. “Si buscás gente para trabajar, acá no se consigue” nos dijo uno de los representantes de la comunidad, refiriéndose a que la mayoría de la gente de Susques ya tiene trabajo. Tradicionalmente, las familias del lugar han desarrollado el pastoreo altoandino, principalmente de camélidos, complementado con pequeños cultivos y trabajos temporales. Si bien estas actividades no se han abandonado, actualmente muchos de los habitantes de la comunidad se emplean en trabajos vinculados a la minería.

Orlando es el comisionado municipal saliente de Susques. Nos recibe amable y sonriente, dispuesto a dedicarnos tiempo. Nos explica qué significa la minería en esta localidad, para las familias de Susques. Lo que escuchamos contrasta con la situación en Salinas Grandes: defiende la creación de puestos de trabajo y la oportunidad de formación profesional para los jóvenes. Pero plantea con preocupación el tema del agua y los impactos que podrían verse de aquí a 10 o 15 años. Hasta el día de hoy en Jujuy, las empresas, antes de poder instalarse, realizan un proceso de “consulta” a través de reuniones informativas y consultivas, en las que las comunidades deben expresar su consentimiento o no. Orlando, que conoce muy bien los conflictos y ambivalencias en torno a la minería, nos dice que durante su mandato la Comisión Municipal sólo aprobó los proyectos que tenían el consentimiento de todas las comunidades de la zona. Cerrando ya nuestra conversación, desde su sabiduría puneña, Orlando plantea cuestiones geopolíticas cruciales: “yo digo que Dios quiera que algún día llegue un auto eléctrico acá porque yo creo que nosotros estamos beneficiando a otra gente, a otros continentes, a otra parte del mundo que ellos capaz están sobrepasados de contaminación, nosotros estamos en una parte de pureza y se nos llevan nuestros beneficios que son nuestros”.

Olaroz Chico

Al día siguiente, llegamos a Olaroz Chico, una comunidad atacameña de alrededor de 250 habitantes, ubicada al pie del Salar de Olaroz a 4500 msnm, que también cuenta con los títulos de la tierra y, según nos dijeron en Susques, la comunidad fue la primera del pueblo de atacama en brindar su permiso a una minera de litio. Nos reunimos con el comunero en la oficina de la comunidad. Juan se baja de la camioneta y nos explica que no es suya, que es comunitaria, que se usa para lo que se necesita. Seriamente pero sin timidez, aborda los temas cruciales de manera directa; casi sin preguntarle nos cuenta que el proceso para aceptar a las mineras de litio no fue fácil, porque algunas de las comunidades no estaban a favor de la instalación. Desde Olaroz Chico se reunieron con Sales de Jujuy (actualmente en producción), con el gobernador de Jujuy y con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, para exigir la aprobación del proyecto. En este punto de la conversación nos interesaba comprender a fondo por qué era tan importante para Olaroz Chico la llegada de estas empresas. 

Pero para Juan esto es obvio. Nos contó que Olaroz siempre fue un pueblo minero, que antes trabajaba en la extracción de boratos pero que implicaba “mucho sufrimiento”. Las condiciones laborales eran pésimas y muy pocas veces les pagaban con dinero, generalmente recibían bonos para la proveeduría. Por esa razón, una gran cantidad de habitantes del lugar emigraron. Para Juan, la minería del litio es una forma de que la gente de la comunidad se quede en su lugar. ¿Dónde estaría lo negativo? Actualmente, Olaroz Chico recibe el pago de un canon por parte de Sales de Jujuy que opera casi completamente dentro del territorio comunitario. La empresa también ha colaborado en la construcción de un terciario técnico en el pueblo, dicta capacitaciones eventuales y ha financiado emprendimientos de miembros de la comunidad para que les provean servicios (de catering, lavandería, construcción, transporte de pasajeros y hospedaje).

Cuál es el precio de las mejoras económicas puntuales que el litio ha significado en algunas comunidades está todavía por verse. Más claro es el hecho de que transitar la Puna es una invitación a aquietar el ritmo, es caminar en el paraíso perdido, visualizar la orquesta de colores y oír al silencio sobrecogedor. Las personas con las que dialogamos durante nuestro recorrido tienen opiniones sobre el litio que involucran distintos elementos y son muy variadas, al igual que sus trayectorias personales. Si hay algo que atraviesa cada una de las historias es la voluntad de quienes las cuentan de seguir habitando el lugar que les vio nacer, la identidad y el sentimiento de pertenencia, presente en cada manifestación cultural pero también en cada calle silenciosa de las comunidades y en cada vuelta a casa, entre colosales farallones de lava, cerros y quebradas.

Sobre las autoras

Araceli Clavijo es Dra. en Ciencias e investigadora postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Trabaja sobre la gestión sostenible del agua y del saneamiento; y de la gobernanza del agua dentro del enfoque del Nexo Agua y Energía.

Melisa Escosteguy es doctoranda en Antropología, y becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina. Trabaja sobre ecología política del litio y transiciones energéticas justas.